lunes, 11 de septiembre de 2017

NOTICIAS --- Comer a 300 kilómetros por hora


Leo que los menús del AVE servido a los pasajeros con billete preferente están diseñados por los hermanos Torres y me cuesta descubrir la mano de los chefs del Dos cielos. ¿De verdad han sido ellos?

Los menús que sirven en el AVE saben a aquellas bazofias dispensadas en los aviones, cuando la flota aérea no estaba destinada a convertir a los clientes en sardinas enlatadas low cost. La comida del AVE es una contradicción: tren del futuro contra ranchos que saben a tren de cercanías catalanas, pura marca España.

El precio del billete de un viaje en preferente es tan caro, que es un insulto que sirvan unos platos recalentados en un microondas incompasivo.

Existe un menú para todos, pero como estamos en una sociedad tan sensibilizada con el bienestar, si uno necesita una carta especial debido a circunstancias de índole personal, puede solicitarlo llamando con 24 horas de antelación.

Los menús especiales del ave están divididos en 10. Celíaco, diabético, bajo en sodio, sin lactosa, vegetariano ovolácteo, vegetariano estricto, musulmán, judío, de vigilia o infantil. Puro márketing de cara a una clientela con el objetivo de que viaje emocionada por una página web antes de subirse al tren.

Los platos mostrados han sufrido, sin duda, un Photoshop salvaje. Si con el rostro humano, el Photoshop puede hacer maravillas y hasta convertir tu rostro de gavilán en el de una paloma, (Pablo Abraira forever), con los platos del menú han logrado el milagro de dar vida a un muerto con la pericia de un embalsamador.

Esa tortilla de patatas jugosa, esa ensalada que parece un vergel, ese pan recién horneado, esa carne melosa, esa verdura sin aditivos, ese pastel preparado con un pescado recién sacado del mar, esa tarta de manzana preparada por las dulces manos de una abuela maquinista…pura ficción.

Sería un deber que el cliente se quejara por haber pagado un precio exagerado por un billete con el que podría exigir el mejor cava o champagne del mercado. En esos diez menús, difícilmente faltará el guisante perdido en una salsa que sirve para cubrir cualquier cosa. Una salsa viscosa y poco reconfortante a la vista.

Servirse un trozo de pan con una pizca de sal y un chorrito de aceite, y cerrar los ojos en espera de llegar a la ciudad de destino con el hambre preparada, no es una idea descabellada.

La solución sería llevarse un táper y que bajaran el precio el billete. Y de no ser así, que te dieran un ticket para poder desplazarte al vagón de la cafetería para mezclarte con el turista raso y zamparte una de las ofertas del muestrario. Tras ser calentados en el microondas, todos los productos parecen haber pasado por la central nuclear de Chernóbil, pero la cafetería no engaña. Miras, eliges y pagas.

Una advertencia: evitar pedir un mixto. El atragantamiento puede resultar letal y un tren de alta velocidad, a pesar de disponer de una oferta culinaria tan rancia, es difícil de detener cuando va a trescientos kilómetros por hora.

Fuente: La Vanguardia