lunes, 3 de abril de 2017

NOTICIAS - La tragedia de Uharte Arakil, dos décadas después


Aetz Ortiz Arano tiene cinco años. Desde que nació ha visto que a su padre le faltaba un brazo, el derecho. Un día, hace ya algún tiempo, le preguntó que por qué no lo tenía. Su aita, Arkaitz, y también su madre, Maider, le explicaron que lo perdió en un accidente de tren. El pequeño le respondió que no se preocupara. «Cuando empiece a trabajar, yo te compraré otro brazo», zanjó.

Arkaitz Ortiz es uno de los supervivientes de la tragedia de Uharte Arakil de la que hoy se cumplen veinte años. Dieciocho personas perdieron la vida en aquel siniestro y más de un centenar resultaron heridas. Diez de las víctimas eran guipuzcoanas. Entre ellas se encontraban Igor Elgarresta, primo de Arkaitz, y Xabier Segade, un amigo íntimo suyo.

Dos décadas después de aquel drama, Arkaitz hace vida normal pese a la mutilación que sufrió. Natural de Legazpi, reside en Ordizia. Trabaja en la gasolinera que Gureak tiene en Usurbil, a donde se desplaza a diario con su coche adaptado. Reconoce que se siente algo más intranquilo, «pero tampoco mucho. La vida continúa y lo pasado pasado está. Es bueno recordar a todos aquellos que aquella tarde nos dejaron, y lo haremos, pero debemos superar algunas etapas. Yo creo que lo he hecho...», afirma Arkaitz.

Eran las 19.40 horas del 31 de marzo de 1997. El intercity 'Miguel de Unamuno', que cubría el trayecto entre Barcelona e Irun, descarriló con 248 pasajeros a bordo que regresaban de las vacaciones de Semana Santa. El convoy circulaba a 137 kilómetros por hora en un tramo por el que debía transitar a 30. El maquinista, que fue condenado a dos años y seis meses de prisión, se vio deslumbrado por el sol e interpretó de manera errónea una señal. También fue sentenciado a una multa el ayudante del maquinista.

El accidente dejó un balance de 18 fallecidos y 115 heridos. Arkaitz viajaba en el segundo de los vagones. «Veinte años después, no he perdido ningún detalle de cómo acontecieron los hechos. Lo recuerdo perfectamente», afirma. Este ordiziarra de adopción subió al intercity en Tafalla junto a su hermano y un primo, que era como un hermano para él. Con ellos iban dos amigos más. Uno era Xabier Segade, una de las víctimas mortales. Todos ellos habían disfrutado de las vacaciones de Semana Santa en la localidad navarra de Artajona, en una casa de la familia del propio Arkaitz.

El sol se estaba poniendo cuando el tren partió de la estación de Pamplona, donde había efectuado su parada programada. El convoy circulaba sin sobresaltos. Arkaitz dice que no tiene la percepción de que fuera especialmente rápido. En el interior del tren, el ambiente era relajado. Estaban ya cerca de casa. En Zumarraga les aguardaba su madre.

La rueda en el vagón

Pero la situación cambió de repente cuando la unidad ferroviaria llegó a Uharte Arakil. De pronto, la suavidad con la que el tren se deslizaba sobre las vías se transformó en fuerte traqueteo. El tren descarriló y a partir de ahí todo fue un caos. «Recuerdo que el vagón que iba circulando justo detrás del nuestro se montó encima».

Arkaitz vio cómo una de las ruedas del convoy entraba por una de las ventanas de su vagón. «Lo he contado muchas veces. Esa imagen de la rueda viniendo hacia mí jamás la podré olvidar. Todavía la veo. Fue la que me destrozó y desgarró el brazo», relata.

En el vagón viajaban alrededor de medio centenar de personas. Eran los últimos días de las vacaciones y la ocupación era elevada. Arkaitz cogió el brazo que le colgaba y se lo echó al hombro. Dice que no sentía dolor, que le molestaba más una herida que tenía en la oreja que la lesión del brazo. «Lo primero que me propuse fue abandonar el vagón cuanto antes. Veía que otras personas estaban como yo, heridas y que trataban de salir del aquel infierno».

Pero ¿por dónde? Los supervivientes aprovecharon que se había producido un boquete en la estructura del vagón por la que empezaron a salir. Arkaitz reconoce que dos décadas después no sabe situar si el agujero estaba en el suelo, en una de las paredes o en el techo de la unidad. Lo importante era abandonar aquel lugar cuanto antes. Pero previamente ayudó a varias personas a salir.

Los gritos resonaban en el escenario del accidente. La principal preocupación de Arkaitz era dar con el paradero de su hermano, de 14 años. «Él estaba haciendo lo mismo que yo, gritaba mi nombre. Al cabo de un rato nos vimos. Cuando nos encontramos, él tenía un golpe en la cabeza, sufría una fractura en un hueso del cráneo. Posteriormente supe que había salido despedido por una ventana». Ya solo faltaba el reencuentro con su primo y el amigo. Recuerda todavía Arkaitz el mal presentimiento que le invadió cuando al salir al exterior no les vio. «No supe que Igor y Xabi habían fallecido hasta dos semanas después. En un primer momento no me dijeron nada para que mi estado de ánimo no decayera. Solo me decían que estaban heridos. Luego no tuvieron otra opción que contármelo».

Reimplantación fallida

La tarde del suceso, Arkaitz y su hermano fueron evacuados en la misma ambulancia a la Clínica Universitaria de Navarra. Recuerda que era una unidad de la DYA.

A unos cuarenta kilómetros del distancia del lugar del accidente la madre ambos aguardaba en la estación de Zumarraga la llegada del tren. La progenitora permanecía ajena a la tragedia que se vivía, y aun cuando había sido informada de que se había producido un descarrilamiento le indicaron que se trataba de mercancías. «Nuestra madre supo lo que había sucedido más tarde. Fue a través de una familiar miembro de la DYA cuando fue consciente del alcance de lo acontecido».

Tras su llegada al hospital de Pamplona, los médicos que atendieron a Arkaitz le sometieron a una operación de reimplante del brazo. La extremidad presentaba en torno a un centenar de fracturas que los facultativos consiguieron reducir.

Durante algunos días, la esperanza de no perder el brazo se mantuvo, pero el paciente ya veía que poco a poco aquella extremidad iba adquiriendo una tonalidad que no invitada precisamente al éxito. «Al final, recuerdo que un día vino el médico y me dijo que tenía malas noticias para darme. Sabía lo que me iba a decir. Solo con ver el color del brazo... Y le comenté que si tenía que amputarlo que lo hiciera».

Ayuda psicológica

Tras el trágico siniestro, supervivientes y familiares de las personas que fallecieron o resultaron heridas recibieron asistencia psicológica. También Arkaitz. «Pero la ayuda que yo recibí no fue porque me mostrara especialmente abatido o compungido por la dimensión de la tragedia. Todo lo contrario. A mí me pusieron un psicólogo pero porque no manifesté ningún pesar ni se me veía afectado. Los médicos estaban extrañados por cómo estaba asimilando aquella situación. Incluso después de la amputación del brazo. No puedo dar una explicación a aquel comportamiento. Solo puedo decir que aquella fue mi reacción. Tal vez vaya en mi carácter».

Algunos vecinos de Uharte Arakil también precisaron de apoyo psicológico. La localidad se volcó en socorrer a las víctimas y en consolar a los familiares que aquella noche llegaron angustiados en busca de sus seres queridos.

Los servicios asistenciales no hubieran podido hacer frente solos al operativo de rescate y salvamento de las víctimas. Los vecinos de esta localidad de La Barranca enseguida se dieron cuenta de ello y sin dudarlo un instante se echaron a las vías. Fueron los primeros en llamar a Sos-Navarra para dar cuenta de lo acontecido. Cuando llegaron las asistencias, muchos de ellos estaban ya en las vías. Fue el sacerdote Peio Orbegozo, párroco de Uharte Arakil y oftalmólogo, quien estableció las prioridades entre los heridos hasta que llegaron las asistencias.

Fuente: Diario Vasco