lunes, 7 de mayo de 2018

CURIOSIDADES --- Parque High Line


Nueva York es una ciudad que sabe renovarse. Uno la visita después de una ausencia de dos o tres años y ya no es la misma: en donde había una librería encuentras un restaurante japonés; en un local de música, una sala de teatro alternativo; en una pizzería, una peluquería.

Lo observaba con perspicacia e ironía, en su libro Washington Square, el novelista Henry James:

Esta ciudad está creciendo tan deprisa que uno no se puede quedar rezagado. Todo va hacia arriba: hacia ahí es adonde va Nueva York… […]. Lo que hay que hacer cuando se vive en Nueva York es mudarse cada tres o cuatro años de vivienda. Así se está siempre a la última.

En 1922, G. K. Chesterton, en su obra Lo que vi en América, escribía:

Nueva York está siendo continuamente renovada. Un extranjero bien podría decir que la principal actividad de los neoyorquinos no es otra que destruir su propia ciudad; pero no tardaría en comprender que continuamente se disponen a reconstruirla desde el principio, con energía y esperanza inagotables […]. Todo esto envuelve este impresionante y resplandeciente lugar en una atmósfera de ruina única y sin parangón.

Y O. Henry, uno de los maestros norteamericanos del relato corto, añadió: «Nueva York será una ciudad estupenda el día que la terminen».

El parque High Line es un buen ejemplo de lo que digo. En origen era una línea de tren elevado que, desde su inauguración en 1934, recorría en paralelo el Hudson sobre la Décima Avenida; un pequeño tramo del barrio de Chelsea, en el lado oeste de la ciudad. Su razón de ser era el alto número de víctimas que se producía en la avenida (llamada por entonces la «avenida de la muerte»), por causa de los trenes y tranvías que recorrían antes la vía a ras de suelo. Era tanto el riesgo de morir bajo las
ruedas de un tren que, antes de idear el ferrocarril de la High Line, llegó a crearse una especie de patrulla denominada «West Side Cowboys» (Vaqueros del Lado Oeste), formada por jinetes que galopaban al frente de las locomotoras, enarbolando banderas rojas para avisar a los peatones y vehículos del paso del tren.

No obstante, en los años ochenta del pasado siglo, la ruta ferroviaria perdió utilidad y fue abandonada. ¿Qué hubieran hecho, por ejemplo, en la época del «boom» inmobiliario, los políticos madrileños o valencianos con semejante antigualla, alzada en unos terrenos pertenecientes al ayuntamiento y en un lugar de la ciudad ciertamente céntrico y bonito? Imagino que los nuevos solares habrían acabado en manos de los especuladores, se habrían recalificado y, a la postre, servido
para edificar en su espacio pisos de lujo para millonarios y para «amiguetes» del partido gobernante. Y algunos políticos se habrían llevado un sustancioso tanto por ciento.

Pero en Nueva York no ha sucedido así. Una asociación de nostálgicos «amigos» de la High Line logró implicar al ayuntamiento en el empeño por salvar la estructura vial del tren. Se contrataron arquitectos, se diseñó un proyecto y, en el año 2004, se inauguró lo que, en lugar de un tendido ferroviario, sería un parque elevado sobre las calles del barrio de Chelsea, desde el que se divisan las aguas, terrosas en esa zona, del río Hudson. Y la gente pasea hoy sobre un tendido de vías antiguas ornadas con bonitas plantas y flores. Hay bancos en donde sentarse a leer poesía, lavabos públicos
e, incluso, estanquillos en donde refrescarse los pies desnudos durante el caluroso verano. Nueva York es una ciudad con un alto sentido práctico.

Da gusto que los antiguos espacios de las ciudades se recuperen para el presente; entre otras cosas, porque salvan la arquitectura antigua: el mercado de San Miguel en Madrid, la antigua estación central de Sevilla, la Alhóndiga de Bilbao, una de las plazas de toros de Barcelona…, y así tantos otros, mundo adelante. Al pie de la High Line hay abierto un mercado de delicatessen en lo que fue en el siglo XIX una fábrica de galletas, en donde pueden encontrarse anchoas del Cantábrico, caviar de Irán, langostas del Maine y sashimis japoneses del mejor atún. La aldea global tiene sus ventajas.

El de Chelsea es un mercado para ricos, por supuesto. Pero en Nueva York ser rico no es pecado, aunque sí lo es la corrupción.

Fuente: "New York, New York...". Javier Reverte