Bartolo y Arcadio García componen la tripulación de un buque que va a realizar un viaje al pasado, un viaje al olvido, un viaje a la desidia, un caballo de hierro en el que doscientas personas, alineadas en sus asientos, a veces mezcladas otras y sorprendidas siempre, lo que en realidad llevan es ilusión y ganas de que ese pasado vuelva a ser presente. Un tren va a recorrer por un día y de forma simbólica el trayecto entre Granada y Antequera pasando por estaciones que ya no son más que vestigios del pasado.
Con bebés, niños, jóvenes, maduros y ancianos, se ha hecho una selección natural que demuestra en un muestreo estadístico improvisado, que todos quieren que el tren vuelva a nuestros pueblos, que las infraestructuras están, que las necesidades también y que la pregunta de porqué no puede ser, también está en el aire. Al detenerse el tren en la estación de Atarfe-Santa Fe los bosques de choperas y olivares hacen pegar la cara en el cristal a más de uno que dice querer ir y venir desde su pueblo, como Alejandro, que reparte carteles y los vagones se convierten entonces en una fiesta reivindicativa, en un ir y venir por los pasillos de los niños jugando de una plataforma entre vagones que se torna en una plataforma de discusión política entre alcaldes, ediles y diputados que acaban, como es lógico, en un reír por no llorar. Próxima parada Pinos Puente, donde los viejos relojes de estación de Paul Garnier están ahora en manos ajenas, donde cientos de curiosos han acudido para ver -por vez primera para muchos- un tren con viajeros detenerse en su estación, donde el alcalde sube al frente de un buen número de pineros para continuar hasta las estaciones Íllora-Láchar, Tocón y Montefrío -aquí dos pancartas piden el regreso del tren- Huétor Tájar, muy abandonada y Loja, entre ríos desbordados, como el Arroyo Milano. Un viaje que se convierte en didáctico de la mano de Oriol, un joven ingeniero catalán que nos explica donde está la mayor zona de dehesa y monte mediterráneo o el encinar más grande de ambas provincias, porque ya estamos en la de Málaga, después de pasar por Loja, con una estación de Salinas perfectamente conservada.
Cientos de historias.
Un viaje en el que se desarrollan 200 historias. La de Julia, que a sus tres años recibe su bautismo ferroviario y mira por las ventanas boquiabierta saludando al salir de cada estación; la de Carlos, presidente de los amigos del Ferrocarril, que va picando los billetes con su antigua gorra de revisor; la de un atarfeño que se ha llevado en la rifa una maqueta de tren; la del 'vagón rojo' donde hablan Paco Puentedura y Manuel Morales; la de Antonio Molina, que recuerda sus viajes a Alemania en los vetustos expresos; la de Antonio Bermúdez que, a sus diez años, deleita a todos cantando 'Campanera' y, así, hasta Antequera. Se lee un manifiesto, paseo turístico, porra antequerana, claro está, y vuelta de Granada entre preguntas del porqué no podría estar una línea así en funcionamiento, entre deseos de que deje de ser una reivindicación y se convierta en una realidad.
Fuente: Ideal.es (www.ideal.es)