lunes, 17 de febrero de 2020

NOTICIAS --- Una apacible vía verde en Tudela


Dicen que era ineficaz y lenta, pero allí estaba. Ferrocarril del Norte decidió construir en 1885 esta pequeña vía estrecha paraconectar la localidad navarra de Tudela con la villa zaragozana de Tarazona. Muchos se burlaban de ella, por enana, porque en sus vagones las horas transcurrían perezosas, agotadas de avanzar apenas unos kilómetros. Pero ahí permaneció, incombustible, incluso le inventaron apodo, como el que se pone a los vecinos de toda la vida. Por eso los habitantes del lugar conocieron a este tren como el 'El Tarazonica' o 'El Escachamatas'.

Años más tarde, Renfe recogió su insignificancia tras hacerse con aquella empresa venida a menos e intentó modernizarla ampliando su anchura de vía. Era 1953, nuevos vientos soplaban a favor de este recorrido, pero el cálculo resultó erróneo. Por entonces, la carrera del transporte la ganaron camiones y autobuses. Tras meses de declive, en 1972 el Tarazonica apagó su traqueteo definitivamente.

La modestia había acompañado siempre su devenir, un avanzar tranquilo que ascendía desde el Ebro al Somontano turiasonense. Hasta que emergió poderosa como Vía Verde, para caminantes y ciclistas. El itinerario arranca en la actual estación de ferrocarril de Tudela. Abandónala por una rampa que se introduce en el carril-bici color verde del Camino Caritat. La vieja locomotora de vapor saludará tu partida. La calle por la que transitas desemboca en un puente sobre las vías activas; debes dejarlo a tu izquierda.


Huertas de tierras del Ebro y el Queiles te hacen compañía. Incluso un olivar. Solo debes avanzar, cruzarás las corrientes del Canal de Lodosa, destino perfecto para otra excursión, pues regala caminos de servidumbre en los que perderse. Incluso podrías conectar con otras Vías Verdes si lo organizas bien: La de las Cinco Villas (entre Sádaba y Gallur) o la de Campo de Borja.

El monasterio de Tulebras

Superado el canal, una recta se abre hacia el Moncayo, hasta los andenes de la estación de Murchante. De nuevo, huertas y más plantaciones ordenan el paisaje por correr hasta la entrada en Cascante. Casi habrás alcanzado el kilómetro 8. Después vienen las ruinas del poblado de Urzante y un ascenso hacia el primer gran terraplén, asiento de un cañaveral. Sube sin miedo, tampoco es para tanto. Disfruta de las vistas sobre el caserío presidido por la galería de acceso a la ermita de la Virgen del Romero.

En la estación de Cascante existe un área de descanso, por si necesitas reposo. Comenzada de nuevo la marcha llegarás hasta Tulebras; la tapia del monasterio de Santa María de la Caridad anuncia la entrada. El edificio, del siglo XII, destaca como primer convento cisterciense femenino de España. Curiosamente, se incorporó a este conjunto monacal la antigua estación de la localidad. Puedes visitarlo.

Un puente a poco más de medio kilómetro sirve para reconocer el trazado y la mole del Moncayo, nevada generalmente desde noviembre hasta marzo. Delante, sobre un cerro, aparece el pueblo de Malón y en la cima del otero apreciarás una explanada, es la antigua plaza de armas de lo que fue un castillo. También hay buena perspectiva sobre la vega del Queiles.

Invasión de arboledas mientras avanzas ahora. Toca internarse en una trinchera de casi dos kilómetros. Si no te apetece, usa la antigua vía estrecha, cuenta con extra de curvas pero, al discurrir más alta, mejora las vistas del valle. Las dos opciones confluyen en la explanada del apeadero de Vierlas, jamás utilizado. Huele a frutales mientras prosigues la senda.

Queda poco para llegar a tu destino, Tarazona. El edificio de su estación ha mudado en centro cultural. Acércate a visitar el municipio o regresa al punto de partida si no hay tiempo. Lo importante es hacer deporte, dejarse guiar por los sentidos. Ver, oler, escuchar. Porque aunque las piernas pesen terminado el día, el corazón flotará liviano. Sucede siempre al comprobar que has elegido bien tu jornada.

Fuente: El Correo