En la vida, hay trenes que sólo pasan una vez. En la política, también. El problema viene cuando el Gobierno no se sube a tiempo al vagón y el nuevo ticket le cuesta, como mínimo, 40 millones de libras al contribuyente. Esto es lo que ha pasado en el Reino Unido cuando el Ejecutivo de David Cameron ha descubierto fallos “inaceptables” en el proceso de concesión del servicio de transporte ferroviario de viajeros en la ruta de larga distancia más usada del país.
La conocida como West Coast Main Line –que conecta Londres con Glasgow y Edimburgo- se adjudicó el pasado mes de agosto a FirstGroup. Virgin, que operaba la línea desde mayo de 1997, protestó ante los tribunales y cuando el recién estrenado ministro de Transportes, Patrick McLoughlin, se puso a preparar su defensa, se encontró con una cadena de errores que no hacen otra cosa que dar la razón a Sir Richard Branson.
El Gobierno tiene ahora que indemnizar al resto de las compañías que entraron en el concurso y, hasta que se aclaren las cosas, ha decidido paralizar todos los procesos de franquicias que tenía que renovar en 2013. El descarrilamiento deja un panorama curioso: quién iba a decir a los Conservadores que iban a tener que recurrir algún día a una pseudonacionalización para arreglar un fiasco. Al fin y al cabo, fue el Gobierno de John Major quien privatizó en 1996 el paisaje ferroviario.
A los pasajeros se les ha prometido que no se verán afectados los servicios. Pero cualquiera que haya cogido un tren en el Reino Unido ha sufrido sus problemas y retrasos, así que el estado de ánimo de los británicos no es precisamente de euforia. No quieren más retrasos y menos aún hacerse cargo de unas indemnizaciones que llegan justo a tiempo para la revisión de otoño de los Presupuestos. Se rumorea que el Gobierno seguirá con la era de la austeridad con más recortes valorados en 10.000 millones de libras al sistema de bienestar. El único que sonríe, por tanto, es Branson que desde su lujosa oficina abrió una botella de champán al enterarse de la noticia.
El multimillonario de melena dorada siempre temió quedarse sin la línea de la costa oeste. Tanto él como su equipo eran conscientes de los rumores contra su compañía que circulan desde hace años en la industria ferroviaria. Las malas lenguas aseguran que los asesores del magnate siempre han sido más hábiles en las negociaciones con los funcionarios consiguiendo aumentar los beneficios de la empresa en detrimento de los contribuyentes, que pagan los subsidios.
No en vano, en los últimos 10 años, Virgin Trains ha pagado 381.700 millones en dividendos, gestionados entre Virgin Group, que cuenta con el 51% de las acciones, y Stagecoach, que posee el 49% restante. Según la prensa británica, en una conversación privada, uno de los empleados de Branson llegó a decir que, hicieran lo que hicieran, no les iban a renovar el contrato.
Y así pasó, aunque las cifras también hicieron lo suyo. Mientras que FirstGroup puso encima de la mesa 13.300 millones libras para 15 años -suma sustentada en el incremento de pasajeros y la inflación-, Virgin optó por una oferta de 11.000 millones. El Gobierno se quedó con el mejor postor y a cambio puso una fianza de 190 millones de libras si no se cumplían las condiciones del contrato. Al magnate británico la suma le pareció ridícula –en su opinión debían ser 600 millones- y ahora el tiempo le ha dado la razón.
Por el momento, tres funcionarios han sido suspendidos, mientras que el ministro de Transportes no deja de pedir perdón por una decisión que se tomó cuando él ni siquiera había ocupado el cargo. En los mentideros se cuenta ahora que Cameron estaba al corriente de los fallos y para evitar dimisiones hizo la reestructuración de su gabinete en agosto. En los últimos seis años han pasado siete ministros por la cartera de Transportes. Muchos cambios, poca efectividad.
El episodio supone un fuerte varapalo para el premier que afronta este fin de semana el congreso anual de los Conservadores con una popularidad que no atraviesa su mejor momento. La concesión de la línea oeste era la primera que tenía lugar bajo el nuevo diseño ideado por la coalición en el que se permitía al operador tomar más riesgos a costa de garantizar más dinero al Tesoro. Pero cuando menos lo esperaba, la máquina se ha quedado sin carbón.
Fuente: El Confidencial (www.elconfindencial.com)